miércoles, 23 de febrero de 2011

Josefina

Napoleón declaró en alguna ocasión haber estado locamente enamorado en su juventud de la que sería su esposa, Josefina Beauharnais, de quien no dudaría, años después, en divorciarse para contraer nuevo matrimonio con María Luisa de Austria, miembro de uno de los linajes más antiguos de Europa, con quien deseaba tener un heredero para su noble estirpe recién estrenada. El año 1810, el de su enlace con María Luisa, marcó el cenit napoleónico.
JOSEFINA.
En Paris circulaba el rumor de que Josefina era amante del Director Paúl Barrás. Cuando Napoleón se enteró, comenzó a alejarse de su amiga y concentró su atención en tareas militares. Josefina le mandó este mensaje “Ya no viene a ver a una amiga que le profesa afecto; la ha abandonado por completo. Comete un error, porque ella siente por usted un tierno afecto. Venga a almorzar mañana. Deseo verlo y conversar con usted acerca de sus asuntos. Buenas noches, amigo mío, lo abrazo. La viuda Beauharnais.”

En el invierno de 1795, Napoleón reanudó sus visitas y se enamoró. Josefina no le amaba pero la atraía la fuerte personalidad de aquel joven, seis años menor que ella, y el estaba fascinado por su belleza. Napoleón le ofrecía regalos como Barrás, pero Josefina valoró su sinceridad frente a la hipocresía de Barrás.
Tras un tiempo como amantes, la mente ordenada y calculadora de Napoleón comenzó a pensar en el matrimonio.

Barras, el único de los cinco directores de origen noble, animó a Napoleón a casarse con Josefina y así tener dos buenos amigos influyentes. Además, como los franceses son tan elegantes para estas cosas, ofreció a Napoleón como regalo de casamiento el mando del ejército de los Alpes.

El matrimonio se celebró en marzo de 1796, en la sala de casamientos del municipio, en la Rue d´Antin y un día más tarde el flamante general partía rumbo al frente italiano.

Napoleón la pidió un deseo “No pido amor ni fidelidad eternos, únicamente... la verdad, una franqueza ilimitada. El día que me digas “te amo menos” será el último día de mi amor o el último de mi vida.”

Tú nunca me amaste”. “Tengo el corazón herido con miles de cuchillos”. En la misiva, escrita el 8 de junio de 1796, el marido reprocha a la esposa su ausencia en la campaña italiana.

El 2 de diciembre de 1804 alcanzó la cumbre. Ese día Napoleón Bonaparte se coronó emperador en la catedral de Notre-Dame, en París. Acto seguido ciñó la corona imperial en las sienes de su querida esposa, con la que había contraído, a petición del Papa Pío VII, una boda religiosa celebrada en secreto. La coronación no fue del agrado de la familia de Josefina. Su madre ni siquiera acudió al acto.

Las desavenencias comenzaron debido a las infidelidades de Napoleón, que ella no ignoraba. Además, vivía con el constante temor de ser abandonada, pues no había podido darle un hijo. Por esta situación, la familia Bonaparte nunca aceptó a Josefina.

La carencia de hijos en común determinó a Napoleón, inducido por Talleyrand, a divorciarse en 1809 para contraer nuevo matrimonio en 1810 con María Luisa, archiduquesa de Austria e hija del emperador Francisco I de Austria, perteneciente a la casa de Habsburgo. Con este enlace vinculaba su dinastía a la más antigua de las casas reales de Europa, con la esperanza de que su hijo, nacido en 1811 y al que otorgó el título de rey de Roma como heredero del Imperio, fuera mejor aceptado por los monarcas reinantes.

osefina se retiró a Malmaison, donde falleció, a causa de un catarro mal curado, el 29 mayo de 1814, mientras Napoleón se encontraba “exiliado” en Elba. La víspera de su muerte, Josefina dijo “La primera esposa de Napoleón jamás provocó una sola lagrima.”
No era cierto. Al enterarse Napoleón de su muerte, se encerró durante días y comprendió que sólo el deseo de un heredero para Francia pudo separar su amor.

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