El síntoma más difícil de aliviar, en cualquier enfermedad, es el rechazo. Los pacientes pueden enfrentarse a él y los medicamentos que toman, enmascararlo; pero su superación no depende ni de uno ni de los otros, sino de quien lo inflige. Ese es el problema. Los afectados por enfermedades mentales figuran entre los enfermos que más discriminación soportan. Especialmente los que sufren el látigo de la esquizofrenia, que es uno de cada cien ciudadanos. «Los medicamentos han contribuido a la integración social de los afectados. El camino pendiente de recorrer es todavía largo, porque el deterioro intelectual del paciente esquizofrénico es brutal y, como en el alzhéimer, se extiende a todos los ámbitos de la vida».
Así lo explica el psiquiatra Pedro Sánchez, de la unidad de Psicosis Refractaria del Hospital Psiquiátrico de Vitoria, que analizará hoy en el foro Encuentros con la Salud de EL CORREO los avances que la medicación ha permitido en la integración social del paciente esquizofrénico. «La terapia facilita que los afectados se incorporen al arroyo en el que circulamos todos los ciudadanos, pero hacen falta el apoyo institucional y el de la empresa privada, con el fomento de empleo protegido, para lograr una integración plena; y eso, en tiempos de crisis como los actuales, resulta complicado», razona el especialista.
La esquizofrenia está considerada como una de las patologías más devastadoras. La imagen que de ella transmite la película que la popularizó, 'Una mente maravillosa', es irreal. «Es bastante engañosa porque te hacen creer que una persona con esquizofrenia puede ser capaz de diseñar una teoría matemática fabulosa; y eso es falso. John Nash consiguió el premio Nobel por el trabajo que hizo antes de que se le desatara la enfermedad. Una vez que eso ocurre, la persona queda ya muy limitada», relata el experto, profesor de la Facultad vasca de Medicina y Odontología.
Pérdida del placer
Cuando empieza, todos los ámbitos de la vida se ven tocados por la dolencia. La esquizofenia, que se origina en los hombres a partir de los 15 años y en las mujeres a los 20, afecta a la conducta, la afectividad y las relaciones sociales. Su síntoma más llamativo son las alucinaciones. Los pacientes se sienten perseguidos. La televisión habla de ellos, les acosan los servicios de inteligencia, sus parejas les son infieles y se ven víctimas de una gran conspiración.
Los fármacos actuales, herederos de los primeros antipsicóticos diseñados en las décadas de los 50 y 60, permiten controlar los delirios. No resultan, sin embargo, tan eficaces con otros efectos de la enfermedad, que son tan o más invalidantes. No se controlan bien el deterioro intelectual, la capacidad para sentir placer, incluso en las cosas más pequeñas, ni la falta de energía vital. La terapia combina por ello la medicación con la rehabilitación social. «La integración es fundamental porque el paciente que no la logra para los 40 años puede haber perdido todos los trenes de la vida», resume Pedro Sánchez.
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